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Cinco Autógrafos: Autógrafo 3. John Lennon por Susy Dembo, Caracas 2008



The Beatles: autógrafo  a Lilian Dembo, hija de Susy

Un nublado día en Londres  recorriendo  Trafalgar  Square, Joshi, el hermano de mi madre, caminaba conmigo mientras admirábamos el bello paisaje; palomas por doquier  buscaban alimento, les extendí mi mano enguantada con algo de maíz en ella, de pronto decenas  de  ellas me rodearon y  con su sonido arrullador,   se posaron  en mi   cabeza y  mis brazos y  con la fuerza del momento me hicieron casi volar. 
Entre cuentos y recuerdos,  mi tío,  sonriendo me preguntó si yo había escuchado algo sobre los Beatles. -No- le dije-  no los conozco. El me respondió, tu prima Bárbara y su novio  están  encantados  con un grupo de música  que ha revolucionado al mundo, son los Beatles. 
Cuéntame   le dije,  mi tío continuo:   Son originarios de Liverpool, Inglaterra y   nos tienen  muy impresionados  por  su audacia  y su   comportamiento, son  unos talentos musicales muy especiales. Integran la banda cuatro músicos. Tocan la guitarra y cantan de una manera contagiosa y bien estudiada, eso los hace ver como  rebeldes distinguidos y acoplados en su interpretación.
Era el  otoño del año 1960 y  nunca  hasta ese momento había escuchado sobre ese grupo tan ovacionado y especial. 
Mi tío agregó que su hija, o sea mi prima, y su novio  acompañaban al grupo musical en los conciertos como muchas otras parejas que los admiraban y bailaban mientras ellos tocaban por varias ciudades de Inglaterra. Joshi comentaba, es un acontecimiento que está cambiado el destino musical  de Inglaterra y que  va a   revolucionar al  mundo entero para siempre  con su baladas y   canciones que despertarán a varias generaciones   por venir,  con   melodías  inspiradoras  de un ritmo y un momento de la historia que perdurará   para siempre  en el alma de los que  reciben como un regalo su talento hasta hoy inigualable.
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Después de ese comentario tan impresionante mi curiosidad hizo que buscara toda la información  sobre estos  músicos que estaban arrebatando la taquilla  del rock y del pop del mundo entero.
Exactamente no recuerdo cuando  escuché por primera vez su  pegajosa  y preciosa música que me envolvió con  su mágico encanto juvenil, y que aún hoy casi cincuenta años después me hacen regresar a los días en que descubrí con intensa emoción  las letras  y las melodías de su inspirada creatividad.
Me volví una fanática de sus baladas  y actividades,  los seguí  en todo lo que pude,  sus movimientos,  locuras,  equivocaciones,  aciertos.
  
Sus  encuentro  con Maharishi, el Gurú,  las  canciones que evocaban a la India y que sin duda fue  el despertar de sus sueños de ácido y  de drogas, a la vez que de un desarrollo espiritual que los llevó a componer canciones inigualables.
Mia Farrow, que también los siguió a la India, fue testigo de ese momento de la vida interior de los Beatles y el camino del éxito que ya lo tenían asegurado.

Me daba curiosidad todo lo que hacían. Leía sobre  sus matrimonios, peleas, el impacto sobre ellos de  la guerra de Vietnam y el sueño de la Paz deseada, que se integrará mas adelante  en las letras de sus canciones.
En 1963 fue el primer viaje del grupo a los Estados Unidos y todo el revuelo internacional que causaron el encuentro de John  Lennon con Yoko Ono, que también fue muy comentado mundialmente y yo,  desde mi ventana,  me imaginaba que algún  día los iba a conocer y escuchar personalmente. 
En Venezuela se vendían   unas tarjetitas  que tenían las fotos de los Beatles en diferentes  actividades, estas eran muy apreciadas y mis  hijas  las  coleccionaban y las intercambiaban para tener la colección completa.
Pasó el tiempo  y mis hijas se fueron de  mi casa  a una nueva vida y muchas cosas quedaron en mi hogar que ellas dejaron; revisando y añorando su presencia  encontré  guardadas en un armario de recuerdos,  algunas de esas barajitas, como las llamaban entonces.
Y las que aun conservo son fotos en blanco y negro con las posiciones características de ellos, cantando en un estudio de grabación o simplemente posando. Estas fotografías son de alguna manera  causantes  de mi deseo  adictivo para poseer autógrafos, inscritas en la parte de abajo de las fotos, con la firma de uno de los Beatles que aparecen en ellas.
Pase  muchos años  muy ligada a estas preciosas canciones: “Yesterday”,  Yellow Submarine”,  “Strawerry Fields Forever”, “Lucy in the Sky  With Diamonds”, que según los comentarios es la canción de la época Beatles que pasaron en la India. “Help”, la canción  de la desesperada  soledad y ya casi  en los años  ochenta la maravillosa “Imagine”, un sueño y deseo de paz eterna,  la que   me inspiró   a realizar una escultura de John Lennon y pintar  un cuadro de  John y Yoko Ono, en el primer aniversario de su fatídica  desaparición,  balada llena de amor incondicional.
Yoko Ono  presentó en Miami Florida una exposición sobre las obras de gráfica de John  Lennon,  pues  según  los biógrafos de Lennon  dicen que el primer amor del músico  fue el arte y que mucho antes de tener  una guitarra propia, ya él  había estudiado  en el Liverpool Art Institute   por tres años, de 1957 a 1960.  Su estilo, un dibujo de línea realizado con  lápices o plumas  y la tinta sumi dicen que fue un  alumno destacado y de gran talento.
Ilustró con sus dibujos tres libros escritos por él y entre otras obras existe  un portafolio de Litografías  llamado “Bag One” que se  encuentran hoy en el  Museo de Arte Moderno   en N.Y, este portafolio tiene unos dibujos eróticos que se publicaron en enero de 1970 y la  exposición fue cerrada por el Scotland Yard  debido al tema  demasiado atrevido  para esos años. Con títulos como  “Luna de miel”, “Erótico1”  “Erótico 2”, “Erótico 3”,  “Erótico 4”, “En la cama” y otros nombres, que sugerían erotismo y placer. Estos dibujos fueron confiscados  por el mismo Scotland Yard, que causó consternación en ese momento por su audaz procedimiento.
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Hombre,  Músico, Compositor, Artista, Poeta, Filósofo de esta generación, artista integral  inolvidable. John Lennon, que falleció en plena productividad y juventud.
Yoko Ono estudió con un profesor con el que tuve la suerte de estudiar   por un corto tiempo, un  gran artista, Michael Ponce de León, que  daba  clases de grabado  en su taller en el viejo edificio de  la compañía de teléfonos  de  New York. Innovador  en el arte del  grabado, inventor de una  prensa   para imprimir  bajo relieves difíciles  de realizar en una prensa de grabado corriente,  con esta prensa se logran efectos muy especiales y profundos. Yoko Ono fue una artista grafica importante.  lo que parece haber unido a la famosa pareja. 
En  la música y el arte solía comprar   los “Long Play” de los Beatles y aprendí de memoria las letras de esas canciones tan preciosas y diferentes.  Aun me acuerdo de algunas de ellas,   la memoria es gratificante con las cosas que fascinan al ser humano. Y el resultado es “no olvidar  el momento, entonar la melodía, y conservar la letra que es para siempre.”


En 1968, una exposición de mi trabajo en esmaltes me llevó a New York. Un amigo de mi familia que era productor de televisión y cine se había asociado con unos cineastas  de Apple Productions. Era la productora del grupo. Querían hacer una  película con uno de los Beatles. Esta película se iba a llamar Candy  y en efecto fue un éxito con Ringo  Starr, Richard Burton y otras estrellas importantes de los años sesenta.
Una noche en el Oak Room, tan  digno y elegante salón  del entonces reconocido por su elegancia  Hotel Plaza, cenábamos los cineastas y yo como invitada y se comentaba sobre los pormenores de lo que sería la película,  qué iba a ser filmada en Inglaterra. Manifesté mi interés por los músicos. Uno de los cineastas me pregunto, “te gustaría hablar con los Beatles por teléfono?” Con picardía dije: “¿y cómo? La   respuesta inmediata fue un  kilómetro de cables  que llegaron a nuestra mesa con un teléfono negro. Leon Mirell, el principal del grupo, tomó el teléfono, llamó a la operadora y le dijo: 
-    Comuníqueme con Londres - le dio un  número de teléfono y murmuró Apple Productions.
Conteniendo mi aliento esperaba alguna respuesta y  él me advirtió:  
-        Susy, vas a hablar con John Lennon, él está en línea. 
Tomé el auricular en mi temblorosa mano de entonces y escuché una voz   que no  tenía nada que ver con la voz  de las canciones que  me encantaban y ésta  me preguntó: 
       -   “¿Que puedo hacer por ti”?
Turbada y muy ansiosa contesté:
-        Por favor necesito para mi álbum de autógrafos, unas fotos de ustedes firmadas. Una es  para mí, las otras son  para mi hijas  Lilian y  Vivian.-  John  me contestó:
-        ¿Tú cómo te llamas?
Le di mi nombre y él me dijo:  
- Los voy a anotar - y  amablemente   prometió enviarme  lo más pronto posible  esas fotografías  firmadas. 
Allí terminó el encuentro telefónico  que es historia para mí. En efecto, un tiempo después me enviaron  las tres fotos, con sendas firmas de los cuatro grandes músicos. Mis hijas las conservan en sus casas, cuelgan con la  prestancia de los años gloriosos. Yo le hice un marco  precioso de esmalte con  piezas  de marfil y figuras de animales africanos que se confunden con todas mis memorias y sueños de días y noches   de   guitarras. Ellos siguen tocando para mí esas melodías que nunca desaparecerán   
Entonces,  viene a mi mente la canción de John Lennon, mi favorita, llamada “Yesterday”    que en castellano significa Ayer y melancólica   murmuro……”all my troubles seem so far  away”.


 
Caracas 2008

Fuente: Escritoras Unidas y Compañía

Cinco Autógrafos: Primer Autógrafo: Pablo Neruda por Susy Dembo, Caracas, 10 de mayo de 2008

Pablo Neruda y Miguel Otero Silva.

Corrían los años sesenta y para ese momento, en Caracas, era el Yoga la actividad de moda. Los venezolanos siempre estamos al día de lo que sucede en los predios espirituales de modo que a nuestro local de entrenamiento en la práctica hindú, acudían intelectuales, artistas, cantantes de ópera y gente del mundo cultural; llegaban para compartir sus habilidades con el pueblo venezolano, que se deleitaba con todas las demostraciones de los visitantes, que bañaban la avidez característica que tenemos en Caracas, por todo lo bello,y exquisito.
Fueron tiempos que dejaron huellas profundas en nuestra vida de amantes de la cultura, huellas imposibles de borrar, que han quedado para siempre como recuerdo de algo glorioso, que por más que nos reinventamos en nuestros mágicos momentos ,hay recuerdos vívidos testigos de ese bello ayer.
La ópera traía representantes famosos del mundo entero. Nuestros músicos amantes del bel canto se destacaban igualmente en funciones repletas de público, fascinante por la elegancia, sin duda impecable.
A nuestra gente de teatro se le hacía justicia en el Teatro Municipal de Caracas y en el Teatro Nacional; los actores casi no cobraban: recuerdo que me decían que lo hacían por “amor al arte”. Obras de teatro realizadas espectacularmente, como Hamlet, Doña Rosita la Soltera, que tuvo cincuenta funciones: algo insólito para esa época, 1964; Marat Sade, un ejemplo de gran teatro; La Dama Boba que se presentó con Juana Sujo; las puestas en escena estaban a cargo de directores como Horacio Peterson, Alberto de Paz y Mateos, nuestro querido Carlos Giménez y Román Chalbaud: eran respaldados por organizaciones culturales sin fines de lucro como Amigos del Teatro. Carlos Gorostiza hace milagros con su interesante obra El Pan de la Locura, realizada en el Teatro Los Caobos. Actores de gran talla realizaban obras clásicas como Volpone, Tric Trac de Isaac Chocrón, La casa de Bernarda Alba. Al morir Alberto de Paz y Mateos aparece El Nuevo Grupo, que se distingue por obras inolvidables como La Revolución, verdaderamente revolucionaria, que no pudo presentarse en Madrid por estar vetada por la censura franquista.

María Teresa Castillo y Pablo Neruda

María Teresa Otero Castillo y Carlos Giménez crean el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Inolvidables experiencias en el mundo teatral se daban cita en diferentes teatros y en las calles llenas de energía teatral; corríamos del Ateneo, donde se distribuían las entradas, hasta el Teatro Nacional, el Municipal y otras salas de la capital, donde presentaban las obras. Al final del “corre-corre” diario nos reuníamos en los cafés y restaurantes para comentar las obras del día. Sí, inolvidables momentos.
El Nuevo Grupo y otras tantas salas se llenaban de un público ávido de ver obras provenientes de remotos países como los nórdicos; muchos de ellos traían a los festivales trabajos de calle, con fuegos artificiales; todo era gran esplendor y algarabía en las calles candentes de la ciudad.
Un grupo de amigas nos reuníamos para la clase magistral de Yoga dictada por una profesora yugoslava, que tenía una gran fama como experta en artes marciales; éstas se realizaban en la casa de Miguel Otero Silva y de María Teresa Castillo de Otero: una mansión, hermosa, diferente. María Teresa cuidaba de su mantenimiento impecable, minuciosa en su arreglo; la naturaleza que rodeaba la mansión le aportaba una energía serena, creando el ambiente preciso para la meditación requerida por este arte tan benigno para la salud física y mental, que es el Yoga.
Esas horas de concentración llegaron a ser mi actividad preferida. Las fascinantes clases de Hatha Yoga que minuciosamente nos daba la gran maestra se realizaban tres veces a la semana; tratábamos de no faltar ni un solo día, llegamos a ser alumnas excepcionales y disciplinadas al máximo. Con una técnica sumamente prolija.
Nuestra maestra se llamaba Simona Liebman; una mujer que, según ella decía, había vivido intensamente. Era alta, delgada, devota del ejercicio y de las artes orientales. Sus historias favoritas se referían a la suerte que había corrido en la Segunda Guerra Mundial: a su alegría por haber salvado la vida. Era una persona que ayunaba por lo menos dos veces a la semana, como forma de mantenerse delgada, joven y bella; además de hacerlo en cumplimiento de una promesa hecha por haber logrado su nuevo destino fuera del horror de la guerra, en esta tierra que acogió con amor a los desamparados.
María Teresa hacía unos arreglos florales en gigantescos floreros de inigualable belleza. Yo siempre me preguntaba si esas flores, tan exóticas, provenían de otros países; pero no: eran de Venezuela esas joyas de la naturaleza, fabulosas, raras, de múltiples colores. María Teresa, armaba y preparaba los ramos con una gracia particular que sólo ella tenía.
 Había plantado alrededor de la casa papiros de delgados tallos; esbeltas plantas que le daban un aire totalmente diferente al ya interesante ambiente. Ese hogar-museo, lleno de obras de arte maravillosas, me daba la sensación de un refugio seguro para el aprendizaje y la magia de la palabra, María Teresa siempre nos daba la bienvenida característica suya: su bella figura bailaba alrededor de nosotros para indicarnos los sitios en los que recibiríamos la lección de Yoga.
La piscina estaba rodeada de obras de arte que se reflejaban en el azul del agua, en una doble y sugestiva imagen.
Miguel Enrique, su hijo, nos veía con curiosidad, y creo haber percibido en él unas sonrisas de apoyo a nuestras actividades meditativas; y recuerdo que Mariana, su hija, y Miguel Otero, participaban de una manera menos rígida con nosotras, las afortunadas de entonces. Miguel Otero Silva tenía una animada conversación, llena de humor, que destacaba su gran presencia y ponía de relieve su intelectualidad de escritor y su calidad de ser humano fuera de serie.
A las ocho de la mañana, en la frescura de Sebucán, tres veces a la semana hacíamos con fervor creativo esa clase magistral conducida por Simona; seguía a la sesión un desayuno criollito; para mi placer, consistía en casabe, café con leche, quesos diversos y otras delicias mañaneras muy venezolanas.
 Cierta mañana todo fue diferente; para mi mayor asombro, veo en el piso, con las piernas cruzadas en posición de loto, al admirado Pablo Neruda. Me lo presenta, así como a su esposa Matilde. Yo no lo podía creer: Pablo Neruda, el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, un libro que siempre me hizo vibrar en mi adolescencia; lo leía y releía con mucho entusiasmo romántico. No veía la hora del final de la clase, para salir corriendo a mi casa, a hurgar en mi biblioteca en busca de ese ejemplar del poemario, que había conservado conmigo a lo largo de muchos años; mi pequeña joya perdida en los estantes aún medio vacíos de mi colección de libros que empezaba a construir.

 
Llegué emocionada a mi casa, y, en efecto, el libro que buscaba estaba esperándome; lo hallé muy subrayado, por mí o por otros lectores que compartieron conmigo en algún tiempo línea por línea los preciosos poemas.
En la siguiente clase de Yoga, con Veinte poemas de amor en mi bolsillo, orgullosa de tenerlo todavía, y más aún, de poder escuchar y compartir una conversación con su autor. Neruda hablaba con entusiasmo de todo lo que a él le gustaba; recuerdo sus comentarios sobre la comida maravillosa de la mesa de María Teresa, que lo tenía arrobado; hablaba de su pasión por la vida, de su gusto por los viajes, del arte, y recreaba los objetos que eran queridos para él: sus sueños de juventud, la lucha por la justicia, sin dejar de mencionar sus escritos más amados. A mis sentidos de joven mujer, todo lo que Neruda decía me impresionaba; sentí admirarlo más ahora, habiéndolo conocido personalmente, a ese ser sencillo, genial, amoroso con su esposa, y gentil con nosotros, los que lo rodeaban disfrutando de su personalidad cautivadora.
En el desayuno de esa mañana el libro vibraba, quería salir de su escondite; pero algo no me permitió interrumpir la charla en la mesa; no me atreví a sacarlo del bolsillo, esboscé una sonrisa íntima, sólo para mí, pensando que tenía el libro escondido, y bien oculto se quedó esperando otra oportunidad.
Esta no tardó tanto en producirse; vino a otra clase y yo tenía listo el libro para pedirle una firma, o sea un autógrafo al maestro, pero, como algo raro, tampoco esta vez logré sacarlo de su escondite entre mis costillas.
Ese día para mi sorpresa y alegría, Pablo me pidió llevarlo a él y a Matilde a Sabana Grande, donde tenía el propósito de hacer unas compras. Me puse a su servicio de inmediato, por supuesto. Resultó que Matilde, su bella esposa, había visto un aparato algo complicado: una caja de rollos que se calentaban y se colocaban en la cabeza para formar bucles, de modo que en un santiamén cualquier peinado laborioso se hacía fácil y terminaba como hecho en la peluquería por manos muy expertas.
María Teresa, burbujeante siempre como la champagne, dirigía con amor y dedicación el Ateneo de Caracas, que era por sí mismo otro lugar de excepción donde sucedían eventos de gran calidad. Debido a sus ocupaciones en el Ateneo, María Teresa no pudo acompañarnos, de modo que a la excursión de compras por Sabana Grande fuimos Pablo Neruda, Matilde y yo. Recuerdo, como si fuera hoy, a ese hombre complaciente y gentil, tan dedicado a su esposa; me llamó la curiosidad el que ambos mostraron especial interés en objetos que realzaban la belleza femenina. Neruda le hizo varios regalos a Matilde, entre ellos los famosos “rollos calientes” tan en boga para esa época.
Por mi parte, disfruté haciéndoles de Cicerón a los Neruda, les conté respecto a los detalles de lo que entonces era una agradable y vibrante zona comercial de Caracas, de los negocios que estaban a la vista y de los más ocultos y mágicos: esos que cobran forma después del atardecer.
Les dije, por ejemplo, que cerca de la entrada de  Sabana Grande existía la Gran Avenida, un sitio que fue como el primer centro comercial horizontal de Caracas, había en él una librería sensacional: Edime “la librería de las librerías”; al lado un negocio llamado “La Porcelana Inglesa” lucía lleno de obras de arte del mundo entero, también “Merle Norman”, que pertenecía a mi familia, una tienda algo extraña de cosméticos y de joyas de fantasía que eran muy especiales. Seguía la tienda de muebles “Deco Dibo”, donde veíamos al entonces joven y hoy gran artista de fama mundial Cornelius Zitman modernizar los muebles.
Al principio de la avenida, o muy cerca,  se encontraba el “Todo París”; era un interesante cabaret internacional que me tenía curiosa y fascinada. Una de las características de nuestra Caracas que se conserva desde esa época, es que al lado de una funeraria puede haber un restaurante, un burdel, un motel, o cualquier otro establecimiento, sin que compaginen unos con otros. Surrealista como ninguna la bella Caracas. El restaurante “Páprika”, con sus Smorgarbords, en bandejas enormes, redondas, llenas de charcutería, pepinillos y repollo agrio, y más adelante los cafés de Sabana Grande, el “Piccolo”, el “Gran Café”, el famoso “Chicken Bar”, de comida austríaca: su bella dueña manejaba con gracia muy femenina al animado sitio. Allí se reunían a comer los poetas y pintores, muchos de ellos dejaron en las sillas, manteles, mesas y biombos autógrafos y palabras de amor, cadáveres exquisitos, juegos poéticos de entonces, quedaron bien grabados para la posteridad en esas maderas que recordaban al Tirol de Austria, pero sus palabras impresas en la madera eran del corazón de Venezuela.
Las librerías “Suma”, y “Cruz del Sur” que Cristina Guzmán atendía con responsabilidad y conocimientos, eran sitios estupendos donde se reunían grandes escritores criollos y extranjeros: en ellas se bautizaban sus libros y compartían con los asistentes. Un digno bautizo en las librerías de entonces, con vinitos y pasapalos, que saturaban de alegría a Sabana Grande. La recuerdo como una larga calle llena de diversos establecimientos; en ellos se conseguía de todo, en medio de una atmósfera tropical, y se podía ver en ella a personajes típicos de nuestra Venezuela. Las tiendas tenían la elegancia precisa, y se podía caminar muchas cuadras admirando siempre novedades en las vitrinas. Sabana Grande fue el espacio precursor de las grandes tiendas y centros comerciales que vendrían más tarde...
Eran asunto corriente las exposiciones de arte en las librerías; se trataba de muestras sencillas pero bellas que daban a conocer las tendencias del arte que estaban de moda; por lo general, los sitios estaban repletos de gente interesada.
Sabana Grande era un panal de cultura.
Claro, no podía faltar un sitio peligroso: el Callejón de la Puñalada, así llamado por razones que pueden intuirse, no obstante, todos íbamos a esa calle estrecha entre la avenida principal de Sabana Grande y la Avenida Casanova, llena de un vicioso encanto; en cierto pequeño establecimiento llamado “Perlita’s Grill Bar” cantaba Yelitza, vestida de frae, cantaba en perfecto alemán haciendo copia exacta de Marlene la rubia Dietrich. Cerca estaba el “Key Club”, exclusivo para socios adinerados, cada uno de los cuales disponía de su propia llave particular; era muy chic. El “Tony” de la Plaza Venezuela, en donde las negritas en carnaval, desnudaban su cuerpo cubierto solamente con una capa negra: en un movimiento zas-zas abrían con sensualidad la capa que guardaba el secreto, la abrían y la volvían a cerrar en un segundo.
Realmente, no nos dimos cuenta de lo que vivimos. También habían una florista que deambulaba por los locales nocturnos; a veces todavía la veo por allí, vendiendo flores en los restaurantes, hoy ya con otra energía, vestida con el mismo tailleur  blanco que entonces usaba, quizás una talla mas grande, pero se ve igual, con la misma sonrisa de antes: es la misma, la chica que iba de sitio en sitio con sus flores hablando francés, ofreciendo con dulzura su olorosa mercancía.
Los caricaturistas llenaban los cafés, y los artistas que eran famosos y vivían en el exterior, ocasionalmente se dejaban ver por ahí y nos llamaban la atención. Nuestra vida tenía un rumbo de alegría y cordialidad venezolana.
Todo esto se lo conté a Pablo Neruda y a Matilde, asombrados de nuestra modernidad.
Volví a tocar mi librito del “Poema veinte”, y de nuevo, paralizada, no pude pedirle lo que quería: su autógrafo, de su puño y letra, encabezando mi viejo ejemplar de su famosa colección de poemas.
Nunca llegué a pedírselo, y no me acuerdo cuándo ni cómo el poeta se fue de Venezuela pero no lo vi nunca más. A su mujer, Matilde, la volví a ver años después con mi amiga Fifa Soto; Pablo ya había fallecido.
Hace unos años vi una película italiana llamada “El Cartero”, ganadora de premios, presenta la vida de Pablo Neruda y de su esposa Matilde en Italia, el actor que interpretaba a Neruda se le parecía físicamente y captó su personalidad humana y tierna. Salí conmovida de la película, y entonces me dije que realmente una firma dentro de ese libro tan querido no significaba nada comparada a las horas pasadas con Pablo y Matilde, Miguel Otero y María Teresa en esa bella quinta Macondo, en donde disfruté de conversaciones y momentos deliciosos entre una clase de yoga y el desayuno criollo, ameno y cultural, en la Caracas maravillosa de los años sesenta.



©Susy Dembo
Caracas, 10 de Mayo 2008.

Fuente: Escritoras Unidas y Compañía










Cinco Autógrafos: Jorge Luis Borges por Susy Dembo, Caracas 2012



Borges fotografiado por Sara Facio




     Llegamos a Buenos Aires ese junio de 1977.
     Al bajar del avión vimos que nos rodeaban tanques de guerra. Era lo que 
estaba sucediendo en esos momentos terribles en Argentina. Se sentía algo extraño, 
sin duda. En el ambiente se notaba cierto nerviosismo que se podía leer en los rostros 
de la gente que, muy confusa, deambulaba esa mañana en el aeropuerto entre brumas 
y silencios,  ahogados en llanto.
     Mi abuela materna en el año 1941 viajó a Buenos Aires para ser tratada de un 
grave cáncer. Está enterrada en La Tablada. Mi deseo era ir a ese cementerio antes 
de llegar a la ciudad, pero el chofer del taxi me dijo que ya habíamos pasado el sitio, 
y que debía ir cuando me fuera de Buenos Aires. El camino en coche desde el 
aeropuerto hasta la ciudad me mantuvo distraída, con muchos deseos de conocerla 
bien. Y de visitar lo más que pudiera, ya que el viaje era corto, de cuatro días, y había 
que aprovechar cada minuto. 
     El Gran Hotel Plaza estaba en reparaciones, pero aun así alquilaban las 
mejores habitaciones. Hotel precioso, que a pesar de estar casi totalmente envuelto 
en pesados cortinajes que cuidaban las joyerías y platerías  de cualquier daño, se 
sentía que era un alberge de rango superior, de un pasado magnífico. Nos dieron 
una habitación elegante. Me asomé a la ventana. Kioscos de libros color verde 
rodeaban las calles y avenidas, grandes, largas, muy europeas de Buenos Aires. 
Cada kiosco parecía un paraíso para el lector. 
     Éramos turistas por primera vez en la bella tierra de San Martín. Nuestros pasos 
se dirigieron a La Boca, muy melancólica, especialmente ese día del aniversario de 
la muerte de Carlos Gardel. Caminamos por calles llenas de tango y milongas de 
arrabal. Se veían muchachos jugando con una pálida pelota de fútbol. Algunos 
hombres con voz ronca anunciaban mercancía, creo recordar que también sugerían 
sitios para comer y escuchar música.
     
Fuimos a ver las maravillosas obras del artista Quinquela Martín, que se conectaban 
con el misterioso riachuelo y su plácido ritmo. Visitamos también a otros artistas 
que habían expuesto sus obras en Venezuela. Recorrimos sus talleres, una 
experiencia muy interesante. Fuimos ese día al Teatro Colón y dimos un 
fantástico recorrido en su interior. Cenamos en el célebre restaurante de carne 
La Estancia, muy especial, excelente, bello lugar muy típico.
     Al día siguiente, miércoles, fui a mis kioscos de libros verdes para comprar las 
obras completas de Jorge Luis Borges. El guía me dijo que esperara a ver otras cosas, 
ya que los libros eran muy pesados para llevarlos conmigo todo el día. Nos llevó a 
visitar el famoso lugar de tangos Caño 14, en donde la maravillosa Virginia Luque iba 
a dar un concierto. Virginia fue la protagonista de la película “La Balandra Isabel 
llegó esta tarde”, del escritor Guillermo Meneses, con actores de la talla de 
Tomas Henríquez, Juana Sujo, Arturo de Córdoba y la mismísima y exótica 
Virginia Luque, quien al ver llegar al grupo de Venezuela, entonó el Alma Llanera 
como bienvenida. Eso nos dio una gran alegría, y pasamos la tarde entre
tangos especiales cantados por Virginia con su pasión característica.
     Visitamos la calle Lavalle, donde para mi sorpresa había muchísimos cines 
con películas de moda y actuales. Moderna Buenos Aires, con teatros repletos de 
gente, la Recoleta señorial, Palermo espectacular. Pero para mí la Calle Florida, 
como dice la canción, fue mi preferida, con esas tiendas con trajes de cuero, 
lanas calentitas y provocadoras. Y un poco mas allá la calle de los peleteros, que 
visité con los amigos del grupo. Los bares de gran elegancia, y el mate lleno de 
misterios interiores con su sabor seco y un poco amargo.  
     Como todos los miércoles y al mismo tiempo que esos intensos tangos y 
milongas sonaban y vibraban, Jorge Luis Borges ofrecía una conferencia. La de esa 
tarde era sobre sueños. ¡Cómo me hubiera gustado escucharlo! Pero el tiempo y
 lo pesado del libro que aun no había comprado, conspiraban contra mi ferviente 
deseo. Además, el grupo deseaba ir al Viejo Almacén, con bailarines y cantantes a 
media luz. Todo fuera de serie, inolvidable para mi, como lo fue la visita a San Telmo. 
Su bella plaza en esos momentos estaba llena de obras de arte muy importantes, 
antiguos y modernos candelabros, viejas máquinas de escribir, de coser y 
muchos Samovares. Me cautivó uno en especial que ahora adorna mi casa, lo 
conservo con mucha alegría.
      También adquirí viejas tarjetas, ancestrales, escritas con palabras en clave, llenas 
de adornos y flores hechas a mano con seda y satén y frases de amor que se enviaban 
los argentinos en tiempos pasados. Preciosos recuerdos de un romántico ayer. 

 Borges fotografiado por Sara Facio



      Un toque del destino hizo que mi esposo escogiera un restaurante llamado 
Floridita, era lo que llaman en Buenos Aires un “boliche”. Ya cerca del atardecer 
entramos al sitio. Él salió rápidamente a comprar los libros, pero los kioscos los 
cerraban a las 6 y llegó tarde.
     Al entrar al Floridita, sitio con el encanto de un hogar, gratamente familiar, 
acogedor, llegó el mesonero –mozo en Argentina- con el menú, y le pedimos nuestra 
cena mientras yo comentaba a mi pareja lo triste que estaba, pues no pude ni comprar 
los libros ni escuchar a Jorge Luis Borges; al día siguiente regresaría a casa 
desilusionada sin mis dos tesoros, en especial aquellos libros que me darían 
el conocimiento que requería para conocer mejor al gran escritor argentino.
     Fijé mi mirada en la pequeña puerta del “boliche”, y observé que una pareja bajaba 
las escaleritas del local, ¡eran nada más y nada menos que Jorge Luis Borges y 
María Kodama! Traté de explicarle a mi esposo, que estaba de espaldas a la puerta, 
la historia  de aquellos dos personajes tan importantes para mí. Le dije que María 
Kodama era su compañera de entonces; supe años más tarde que se había casado con ella.
      No me atrevía a voltearme para ver a Borges mas de cerca. También tuve la 
enorme tentación de hablarle pero no lo hice. Cuando pedimos la cuenta, gran sorpresa, 
el mesonero, quien nos había observado y escuchado las conversaciones, me dijo:  
 
     -- Señora, yo la escuché cuando hablaba con su esposo sobre su desilusión de 
no haber comprado las obras completas del maestro, y su decepción de no haber 
podido asistir a su conferencia sobre sueños. ¡El maestro Borges quiere 
conocerla!  Señora, por favor no se vaya aun. Borges la espera.
Y entonces dulces mariposas volaron y entraron en mi cuerpo, en mi estómago, 
me arrastraban hacia él, laberínticamente. Con la cabeza llena de Ficciones, de libros 
de Arena, de Alephs y sueños, me entregué a la magia de la sincronicidad, y llegué 
con paso de luna a la mesa de al lado, donde la bella María Kodama y Jorge Luis 
Borges cenaban al igual que nosotros.
      Con una sonrisa misteriosa y de complicidad el mesonero me dijo: 
     --Siéntese por favor-- y agregó --el maestro viene mucho por aquí.
      Y siguió diciendo lo increíble: --señora, cuando le conté todo lo que usted dijo, 
el maestro me pidió que la invitara a sentarse con él.  
     Halagada y sorprendida por el simpático gesto del mozo, entre velones rojos me 
senté al lado de Jorge Luis Borges.  Él bajó ligeramente su rostro y me preguntó:
  --¿de qué país viene usted?
      Le respondí: -- Maestro, vengo de Venezuela. Sorprendida sentí su súbita 
emoción cuando dijo: -- oh!, Rómulo Gallegos y las pampas venezolanas.  
     --Maestro, son los llanos venezolanos. Y él contestó riéndose: 
-- no, las ¡pampas venezolanas! 
     Fue entonces cuando con su memoria de coloso intelectual y escritor, me relató 
creo que más de una página entera de Doña Bárbara. ¡Se sabía de memoria la gran 
novela venezolana! Yo ya no podía despegar mi cuerpo de la silla donde me 
encontraba. En ese momento quería su autógrafo y escuchar la conferencia sobre 
los sueños. Borges me dijo que si yo quería el miércoles siguiente iba a dar 
otra conferencia sobre sueños.
     Con cierta pesadumbre le conté de mi apresurado viaje, y entonces señaló:
 --algún día iré a Venezuela y nos veremos allí. Nos veremos e iremos juntos, los tres, 
a unos toros coleados--- Sorprendida aun más quedé de su interés por el deporte 
llanero.  Silenciosamente nos despedimos.
     Pasaron varios años, y un día leí en un periódico de Caracas que, en algún lugar 
de Venezuela, Borges había asistido a unos toros coleados con un grupo de 
intelectuales, escritores y artistas.
     Allí terminó mi sueño de volverlo a ver. Compré sus libros y ellos me 
acompañan cuando sueño con las “pampas venezolanas y argentinas”, como él 
gustaba llamarlas.
    
Y al escuchar hablar de Buenos Aires, esa bella ciudad, siempre tendré para mí 
el recuerdo de aquel boliche con Jorge Luis Borges una fría noche de junio 
rememorando a Rómulo Gallegos.


Caracas, 2012

Buenos Aires
 poema de Jorge Luis Borges
Y la ciudad ahora es como un plano

De mis humillaciones y fracasos;
Desde esta puerta he visto los ocasos
Y ante este mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto

Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana, aquí mis pasos
Urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera

El fruto que le debe la mañana;
Aquí mi sombra en la no menos vana

Sombra final se perderá, ligera.

No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.

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